Muchas familias se rehúsan a llevar a sus niños o niñas a salas cuna y jardines infantiles, porque cuestionan su calidad o porque no los encuentran en lugares accesibles o porque los horarios son incompatibles con sus jornadas laborales o porque prefieren cuidarlos en casa.
Esta decisión es deseable en el primer año de vida, cuando —según diversos estudios— el apego familiar es clave. Sin embargo, más adelante, la educación parvularia es fundamental para el desarrollo integral y la socialización de los niños y niñas.
La baja cobertura en primera infancia está anclada a una política de focalización en los sectores de niveles socioeconómicos más pobres. Es comprensible, por la priorización de recursos, pero sus efectos son graves, ya que genera “segregación inversa”: niños y niñas de sectores medios y altos no acceden a la oferta pública y en consecuencia se reduce la diversidad.
Como no lograremos formar suficientes profesionales a la velocidad necesaria, al menos por un tiempo; es fundamental flexibilizar las modalidades de atención, con distintas estrategias, para atender mejor a niños y niñas (en especial entre 0 y 2 años) y a sus familias. Por ello, proponemos: